En Nartran Translations contamos con un gran equipo profesional y estamos especializados en traducción, interpretación y en la proporción de servicios lingüísticos para particulares y empresas.

Pida su presupuesto sin compromiso:

986 120 127
699 590 270
emg@nartran.com

El poder de las palabras

El poder de las palabras

Blanca Vázquez Barco


PROFESORA DE INGLÉS EN EL COLEGIO ESTUDIO DE MADRID

«Nacida en Madrid hace poco más de tres décadas, enamorada de la cultura y los idiomas, y viajera disfrutona, dejé el mundo de la traducción para dedicarme a los niños y trabajar como profe de inglés en un colegio. Siempre voy acompañada de un buen libro y me gusta contar que, en realidad, soy pelirroja».

LAS MARAVILLAS DEL LENGUAJE

Las palabras

Si hago un ejercicio de memoria, he de confesar que son contadas las lecciones, teorías o enseñanzas que recuerdo de memoria de la carrera, y lo mismo me sucede con la etapa del colegio o los másteres. Durante años, acumulamos columnas de apuntes, libros y trabajos que tras un par de mudanzas acaban en el trastero cogiendo polvo. Lo cierto es que, al fin y al cabo, lo más valioso de esos años no está negro sobre blanco, sino en el conjunto de vivencias, aprendizajes, decisiones y consideraciones que hemos ido atesorando y que, por una razón u otra, han calado hondo en nosotros y nos han impulsado en momentos concretos. 

Recuerdo, eso sí, que una de las primeras ideas que aprendí en la carrera cuando estudiaba Traducción e Interpretación fue que existe una relación entre el concepto que tenemos del mundo y la gramática del lenguaje que hablamos. Es decir, el lenguaje, las palabras, nuestro idioma, determinan cómo percibimos la realidad que nos rodea, cómo la entendemos, cómo nos relacionamos, cómo nos comunicamos; en definitiva, la manera en que pensamos, sentimos y actuamos. ¿No es maravilloso?

Realidad y lenguaje

En los primeros meses de vida, cuando somos aún bebés, aprendemos a identificar los sonidos de las letras de nuestra lengua materna y a descifrar su significado, y así vamos definiéndonos, porque al fin y al cabo la lengua tiene género, tiempo, emociones, memoria, relativismo cultural, idiosincrasia. Así, tomamos consciencia de algo tan primordial y al mismo tiempo tan intangible: pensamos en palabras. Es por eso que un árabe no se comunica igual que un francés, de la misma manera que alguien con escaso vocabulario no piensa igual que quien maneja un extenso léxico. Algo similar sucede también con las personas bilingües: su cerebro  activa diferentes redes neuronales según si leen, por ejemplo, en inglés (no hay relación directa entre la forma escrita y la pronunciación) o en español (se pronuncia como se escribe).

A lo largo de los años, varios intelectuales y lingüistas han constatado algo tan extraordinario como que las civilizaciones antiguas no percibían el tono azul. William Ewart Gladstone, primer ministro británico a finales del siglo xix, concluyó que en la antigua Grecia «vivían en un mundo en blanco y negro, con algunos destellos de rojo y brillos metálicos», pero ni rastro del azul, porque no tenían una palabra para designarlo. Guy Deutscher, lingüista israelí, lo explicaba recientemente así: «Lo entendían con la mente pero no con el alma». En definitiva, no percibimos aquello para lo que no tenemos una palabra. «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo», decía el filósofo Ludwig Wittgenstein.

El lenguaje en política

A lo largo de la historia, la dialéctica y el poder de la comunicación han jugado un papel decisivo también en lo que a hegemonía política se refiere. ¿Habría tenido el mismo éxito el Brexit de no haber sido por la creación del acrónimo (Britain + exit) frente a la opción de remain (permanecer)? ¿Y cómo influyó la campaña electoral en la victoria de 2016 de Donald Trump frente a Hillary Clinton? Mientras que el eslogan de él (Make America Great Again) apelaba directamente a los valores estadounidenses y era un mensaje contundente y claro, Hillary no dio con un mensaje tan efectivo y firme desde el principio, sino que optó por uno más personalista (I’m With Her) que no tuvo el efecto deseado.

¿Y en Venezuela, es cierto que el régimen de Chávez logró una de sus primeras victorias a través del lenguaje? «Las palabras son el territorio de los sentimientos, de la ideología; el lenguaje es, en definitiva, un caballo de Troya. Cuando el chavismo comenzó, los oponentes al gobierno eran llamados “escuálidos” (perdedores), y con el tiempo todos terminamos asumiendo el insulto como un atributo propio», contaba en una entrevista Karina Sainz Borgo, escritora y periodista venezolana exiliada.

«El lenguaje es el primer arma que se desenfunda en un conflicto», decía uno de los protagonistas de la película Arrival, dirigida por Villeneuve en 2016. Y es que es innegable que somos testigos de cómo el lenguaje puede llegar a pervertirse, a utilizarse como arma arrojadiza o a derivar en militancias, batallas y sensibilidades heridas. Quizá, en cierto sentido, nos hayamos insensibilizado en las últimas décadas a esta suerte de populismo aceptado, tan acostumbrados como estamos a que algunas palabras tan fundamentales como democracia, feminismo, patria o bonhomía se manoseen hasta vaciarse de sentido; o quizá sea que, a veces, los ruidosos acaban ganando el combate. Pero sólo a veces.

El lenguaje en las relaciones

Leyendo un verano a Manuel Vilas, descubrí este maravilloso texto, escrito a su vez por Jordi Carrión:

«Cada pareja, cuando se enamora y se frecuenta y convive y se ama, crea un idioma que solo pertenece a ellos dos. Ese idioma privado, lleno de neologismos, inflexiones, campos semánticos y sobrentendidos, tiene solamente dos hablantes. Empieza a morir cuando se separan. Muere del todo cuando los dos encuentran nuevas parejas, inventan nuevos lenguajes, superan el duelo que sobrevive a toda muerte. Son millones, las lenguas muertas».

Los acontecimientos se desmontan hasta transformarse en palabras que encajan en un nuevo sistema; es así como el lenguaje llena de sentido a lo sucedido. Dotamos a las palabras de una nueva identidad, y de este modo no sólo vamos conformando nuestro lenguaje y nuestra acción, sino que también vamos dotando de sentido a la comunicación y armando nuestra propia historia. Esa comunicación sólo nuestra, ese código íntimo y secreto que nadie más puede descifrar, manosear o degradar.

Entre todos nosotros existe un inconsciente colectivo, común a todos, que vamos heredando junto con una serie de símbolos y contenidos, independientemente de nuestra lengua o nuestra procedencia. Ese algo común que tienen las palabras se hereda, se transmite y se comparte por encima de las diferencias, los conflictos y las guerras de poder.

Porque la comunicación es, simplemente, el arte de llegar y transformar.